El COVID-19 ha transformado prácticamente todos los aspectos de nuestra vida, desde las rutinas diarias -como la compra de alimentos y las reuniones sociales- hasta transacciones globales como el comercio y el turismo internacional. La pandemia ha alterado cómo, cuándo y hacia dónde se mueve el mundo. Los patrones del crimen no han sido ajenos a estos cambios.
¿Cuál es la relación entre COVID-19 y crimen?
Las medidas que tomaron muchos gobiernos para limitar el contagio del COVID-19 interrumpieron diferentes eslabones de la cadena criminal. Por ejemplo, las cuarentenas y restricciones a la movilidad redujeron las oportunidades de interacción entre víctimas y victimarios –con la excepción de la violencia doméstica, que registró un aumento de casos cuando víctimas y agresores permanecieron confinados en el hogar. También se vieron afectadas las cadenas de suministro de piezas de auto robadas o la venta de drogas ilícitas.
Además, la crisis del COVID-19 tuvo un impacto muy particular en los cuerpos policiales. Las policías de muchos países pasaron a ser consideradas primera línea de respuesta y, como tal, tuvieron que ajustar diversos aspectos de la operatividad policial para incorporar responsabilidades adicionales a su labor habitual de mantener el orden público. Las policías respondieron a la emergencia sanitaria ejerciendo, por ejemplo, el control del cumplimiento a las restricciones de movilidad o a la clausura de sectores económicos. Las policías también necesitaron ajustarse para frenar los contagios en sus filas, en ocasiones reduciendo el personal disponible por determinados períodos de tiempo.
Esta combinación de factores ha generado serios retos de coordinación entre los ciudadanos y entre las diversas agencias de los Estados. La complejidad del fenómeno hace que la evolución pueda diferir entre un país y otro, o incluso en diferentes regiones de un mismo país.